Por: Natalia Otero Herrera.
Fotos: Iván Valencia.
Las mujeres en la guerra, las mujeres víctimas de la guerra, las mujeres luchando para acabar la guerra, las mujeres rescatando a sus familiares, las mujeres enterrando a sus familiares… las mujeres en Colombia.
Johana Olaya tiene 21 años y aunque nació en Cali, desde los 12 vive en Tumaco y es más tumaqueña que cualquier nativo. Huele a frutas y tiene la piel lisa, color chocolate, que combina hermosamente con la sonrisa que nunca se borra de su rostro y los colores vivos de su turbante.
Estuvo en Bogotá durante tres días recibiendo un curso sobre memoria digital dictado por el Centro Nacional de Memoria Histórica. “Nos llevaron a los lugares emblemáticos donde han sucedido hechos violentos, para hacer un documental. Pero no vi nada, ni una placa, ni una mención, nada. Entonces uno dice: ¿Pero esto es un lugar de memoria? ¿Cómo va a serlo si aquí no hay nada, y nadie lo reconoce como tal? Eso es lo que estamos intentando cambiar en Tumaco con el colectivo donde trabajo, para conmemorar a las víctimas y que las personas conozcan la historia de su pueblo”, dijo.
Johana es el retrato vivo de muchas mujeres que, desde todos los rincones de Colombia y a su manera, persiguen la tierra prometida: la de la paz.
Trabaja en la Diócesis del municipio y hace parte del colectivo Raíces del Manglar, de la casa de la Memoria del Pacífico Nariñense. Es actriz de teatro, madre cabeza de familia, estudiante de pedagogía y miembro del comité de afro descendientes.
“Tumaco está rodeado de manglar y eso es lo que nos protege de las tempestades del mar, el que nos da el sustento para la economía y la alimentación para las familias. Las raíces del manglar son unidas y eso las hace fuertes. Así queremos que sea nuestro municipio. Y eso solo se logra visibilizando lo que es nuestra región, las cosas positivas y negativas que suceden en ella, la historia, el folclor, la gastronomía, todo, para que su misma gente la conozca”, explicó Johana.
La violencia en Tumaco es una constante. Según un informe reciente de Human Right Watch, desde 2009 se han cometido más de 1300 homicidios en la ciudad. La guerrilla de las FARC controla gran parte del territorio y tiene minada la parte rural. Las explosiones son pan de cada día. El mismo informe habla de cómo algunos miembros de ‘Los Rastrojos’ siguen delinquiendo y hay pruebas convincentes de que miembros de la Fuerza Pública han cometido abusos contra la población civil. Y, como sucede en gran parte del territorio colombiano, el duelo por los muertos, el dolor por la guerra corre por cuenta de mujeres como Johana, las mismas que han echado para adelante las iniciativas de paz y de memoria como la Casa de la Memoria del Pacífico Nariñense.
¿La función? Dignificar a las víctimas: quiénes eran, de dónde venían, cómo estaba compuesta su familia, qué hacían, qué sueños tenían. Es decir, mediante su trabajo, Johana le da rostro a las cifras de la guerra en Tumaco.
Además, La Casa de la Memoria publica anualmente un libro llamado “Que nadie diga que no pasa nada”, en el que recogen todas las violaciones a derechos humanos y el contexto en el que sucedieron. Ya tienen cinco ediciones y ninguna de sus cifras ha coincidido con las de la Policía. Los números del libro superan con creces a los de las autoridades.
Pero la denuncia de Johana también es en las tablas. A partir de la información contenida en el libro “Que nadie diga que no pasa nada”, los chicos del «teatro por la paz «de Tumaco, hacen una obra sobre alguno de los hechos de violencia. Este año, la obra contará la historia del desplazamiento forzado enfocada en lo que le sucede a la víctima después del hecho: cómo logra adaptarse a la nueva comunidad, qué siente, cómo la reciben los vecinos. La presentación será el próximo 19 de septiembre, fecha conmemorativa por el asesinato de la religiosa, Yolanda Cerón, mujer emblemática en el Pacífico por su defensa de los derechos humanos. Desde su asesinato en 2001, La Diócesis -con todos sus muchachos adeptos a defender la vida- se dedicó a hacer denuncia y consolidar la Casa de la Memoria del Pacífico Nariñense.
“Con todo lo que hago, estoy tratando de recuperar a la gente de mi pueblo, de mostrarle dónde nació, su arte, su gastronomía, su historia. Debemos luchar porque haya algo que simbolice nuestro duelo y conmemorar a esas víctimas que han caído en esta guerra”, dijo Johana antes de regresarse para su costa.
Lo que ha hecho en su corta vida bien pudiera representar la historia de una mujer de cincuenta o sesenta años. Más aún, sorprende que no sea la única. Como ella, hay docenas de jóvenes en Tumaco que desde La Casa de la Memoria, o desde sus cuadras o grupos juveniles están sirviendo como raíces de un manglar: resisten las tempestades de plomo.
“Yo miro esta violencia y me da miedo no estar haciendo lo suficiente. Pero también veo todo esto como la tierra prometida porque tengo la esperanza de que algún día Tumaco, el de la paz, llegue».
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