Por: Róbinson Úsuga Henao
En Amalfi, el pueblo donde nacieron la poeta Piedad Bonnet y los paramilitares Fidel, Carlos y Vicente Castaño, vive una señora que vende ensaladas de día y escribe poemas de noche. Es trigueña, menuda de cuerpo y con facciones pulidas, como una barbie quincuagenaria. “Soy escritora y poeta”, dice.
Cuando cae la tarde se sienta en la silla de plástico de la acera de su rancho. Toma inspiración para escribir y declamar sus poemas con voz dulce, como los cubitos de piña de sus ensaladas.
También es emprendedora. A nadie se le había ocurrido vender ensaladas en las calles de Amalfi, un pueblo al nordeste de Antioquia. A cuatro horas en bus desde Medellín.
Se llama Teresa Londoño. Y entre café y cigarro, declama:
“Madre, tú que tienes algo de Dios,
en tus facciones se dibuja la bondad
y el desgarre de los años oprimidos
que se agolpan en tu alma madre mía.
Qué hermoso es pensar que existes
y que estás a mi lado.
Siempre cuidando de mí
aún cuando ya no soy una chiquilla”.
Tierra del tigre
La tierra del tigre. La cuna de los hermanos Castaño. El pueblo de las bicicletas. Tres apelativos para un mismo lugar. El primer mote se lo debe a una bestia que los lugareños cazaron el viernes 18 de noviembre de 1949. Una pantera que llevaba más de un año escabulléndose entre las fincas. Lanzando zarpazos de muerte a los perros cuidadores, cuarteando vacas y desplumando gallinas.
Los hombres trajeron en hombros al animal y lo descargaron en la plaza del pueblo. Se tomaron fotos junto a él y ese fin de semana fue de fiesta. De vivas y aplausos. El alcalde, Antonio Peláez, mandó a traer músicos y a tirar pólvora.
Nadie identificó que no era tigre sino una pantera. El caso es que le hicieron un monumento en el parque principal, lo pintaron en fachadas de tiendas y desde entonces dijeron a los visitantes que Amalfi era “La tierra del tigre”.
Municipio de bicicletas
La fama de las bicicletas viene de años recientes. Los habitantes del municipio empezaron a comprarlas por montones desde 1995, cuando las vías comenzaron a ser pavimentadas. Son casi once mil bicis para 23 mil personas.
Después de La Ceja, con unas 30 mil, Amalfi es el segundo municipio de Antioquia con mayor número de bicicletas. Así lo calculó Mauricio Serna para su tesis de grado como administrador de empresas. “La bicicleta ya es parte de nuestro patrimonio cultural. El traído de cada diciembre. Y curiosamente, la mayoría de visitantes de la feria del ganado ya no llegan montados en bestias, sino en bicicletas”, asegura.
Una masacre en diciembre
Mauricio es el director de Indeportes en Amalfi desde hace tres años. Tiene su oficina en el coliseo municipal y, el 12 de diciembre de 2014, su jornada fue interrumpida por una noticia en las redes sociales: “Siete personas, dos de ellas menores de edad, fueron asesinadas en la madrugada de este viernes en el municipio de Amalfi, nordeste antioqueño, según confirmó vía Twitter el gobernador, Sergio Fajardo Valderrama. El hecho ocurrió sobre las dos de la madrugada en la vereda El Silencio Monos, ubicada a 50 kilómetros del casco urbano de Amalfi y en límites con el municipio de Vegachí”.
“Me dolió sinceramente –dice Mauricio-. Era una vereda en la que teníamos un torneo de fútbol con unos 40 jóvenes y hacíamos deporte con los adultos mayores”.
En la tarde, los medios completaron la información de lo sucedido: la mayoría de las víctimas, de apellidos Castrillón Herrera, eran primos hermanos de los paramilitares Fredy y Daniel Rendón Herrera, alias “El Alemán” y “Don Mario”. Ambos oriundos de Amalfi y antiguos socios de los temidos hermanos Castaño.
Sombras del pasado
A Mateo, joven amalfitano, la primicia de la masacre lo sorprendió en Apartadó, una zona calurosa del Caribe antioqueño. La noche anterior, en el hotel, le habían estallado huevos en la cabeza por motivo de sus quince años. Era el enviado especial del canal local TeleAmalfi en los Juegos Deportivos Departamentales 2014.
“Nuestra mayor victoria hasta ese momento era haber enviado, por primera vez, una representación de 94 personas, entre deportistas y delegados”, dice Mateo. Ese era un síntoma del buen momento por el que pasaba su pueblo.
Cuando Mateo leyó en la prensa digital sobre la masacre, no lo creyó. Sintió que regresaban las sombras del pasado: tierra de masacres, cuna de mafiosos, el pueblo de los hermanos Castaño.
Los Castaño
Fueron doce hijos, cuatro mujeres y ocho hombres del matrimonio entre dos campesinos: Jesús Castaño y Flor Gil. Gabriel, Fidel, Adelfa, Vicente, Eufrasio, Ramiro, Héctor, Reinaldo, Zoraida, Marlene, Carlos y Rumalda. Vivían en la finca La Blanquita, veinte minutos de camino por la salida sur del pueblo.
Tres de esos hermanos: Fidel, Carlos y Vicente, crearon un imperio criminal con influencias en toda Colombia. Acumularon poder a partir de una extraña mezcla de lucha contra guerrillas, concentración de tierras y contrabando de coca.
Todo comenzó con Fidel Castaño. María Teresa Ronderos, fundadora del portal VerdadAbierta.com y autora del libro Guerras Recicladas, cuenta que siendo un adolescente se vinculó a un circo ambulante de paso por Amalfi. Y regresó cinco años después con buen dinero en los bolsillos. Según relata Carlos Castaño en el libro Mi Confesión, Fidel compró a su papá la mitad de la finca La Blanquita. Y con la paga, le animó a adquirir una finca en Segovia (nordeste de Antioquia), llamada “El Hundidor”. Allí crió hasta 600 reses en dos años, mientras que Fidel deambulaba entre Medellín y Segovia, montando negocios de azar, robando madera, contrabandeando y asaltando camiones. Hasta que terminó seducido por el narcotráfico.
Según la investigadora Ronderos, a mediados de los setenta, Carlos se unió Pablo Escobar cuando comenzaba su carrera como capo de la mafia. Le ayudó a traer coca desde Bolivia e involucró en el negocio a varios de sus hermanos. Compró varias fincas en Amalfi y consiguió tierras en Córdoba y Urabá. Se hizo millonario y terrateniente.
En septiembre de 1981, guerrilleros de las FARC secuestraron a su papá, Jesús Castaño, en la finca de Segovia. Lo asesinaron en cautiverio meses después. Como retaliación, los Castaño desataron una ola de violencia por todo el nordeste antioqueño, incursionando en fincas y veredas para asesinar por decenas a los campesinos que consideraban auxiliadores de las FARC.
A mediados de los ochentas, fortalecieron su estrategia contrainsurgente con la creación del grupo Autodefensas Unidas de Córdoba y Urabá, y en los noventas fundaron más agrupaciones paramilitares. Predicaban combatir a las guerrillas marxistas de las FARC, el EPL y el ELN. Y, a su vez, empleaban sus ejércitos mercenarios para controlar el negocio de las drogas, despojar tierras a campesinos y adueñarse de recursos estatales.
El Centro Nacional de Memoria Histórica de Colombia estima que los grupos paramilitares que impulsaron los Castaño, realizaron 1.166 masacres en el país entre 1980 y 2002, más de 9 mil asesinatos selectivos y cientos de miles de personas desplazadas forzosamente.
De los doce hermanos quedan pocos. Hay versiones contradictorias sobre el final que tuvieron Fidel, Carlos y Vicente. La más popular es que se mandaron a matar entre ellos y en 2013 el Canal RCN les dedicó una telenovela titulada “Los tres caínes”.
Otros hijos de Amalfi siguieron los pasos de los hermanos Castaño y participaron en sus empresas criminales. Entre ellos Jesús Ignacio Roldán, alias “Monoleche”, Miguel Arroyave, alias “Arcángel”; y especialmente, los hermanos Daniel y Fredy Rendón Herrera, alias “Don Mario” y “El Alemán”.
“El Alemán” estuvo al mando del Bloque Élmer Cárdenas de las Autodefensas Unidas de Córdoba y Urabá, que operaba entre Antioquia y Chocó. Él y su grupo asesinaron alrededor de 7 mil personas. “Don Mario” comandó el Bloque Centauros y participó en la creación de nuevas bandas criminales como “Los Urabeños”, “Las Águilas Negras” y el bloque Héroes de Castaño.
Actualmente, “Don Mario” está recluido en el búnker de la Fiscalía en Bogotá, a la espera de su extradición, solicitada por la Corte Distrital de Nueva York. “El Alemán” está recluido en la cárcel de máxima seguridad de Itagüí.
Estela de recuerdos
En un recorrido por Amalfi, algunos entrevistados dicen que lo único que por allí queda de los Castaño y los Rendón Herrera son pedazos de recuerdos y pocos familiares. “Una de mis amigas fue novia de Daniel Rendón, hace mucho tiempo. Y mire, esas tiendas de la esquina, son de familiares de los Rendón Herrera”, señala Ruby, empleada de hotel.
Ruby estaba muy joven cuando Fidel Castaño visitaba el pueblo. “Yo aún estaba en la escuela cuando lo veía llegar en unos carros todos bonitos. En unas cuatrimotos que aquí en el pueblo hacían exclamar a todo el mundo «¡uy, ahí viene Fidel, ahí viene Fidel!». También andaba con una muchacha muy hermosa. Y escuchaba decir que Fidel había dejado para el acueducto y obras sociales en el municipio, pero que los políticos se robaban esas platas”.
Gustavo, un hombre delgado y con el cabello encanecido, trabajador de fincas, los evoca sentado en una de las bancas del parque. “Ellos tenían su casa en Riachón, cerca del pueblo, y conservan algunos familiares por aquí. Hay tíos, primos por el lado de la mamá porque el papá era de otras tierras”, explica.
En el pueblo existe el rumor de que Carlos Castaño no está muerto y aún los visita, montado en un helicóptero. Gustavo cree que son meras fantasías de algunos lugareños. Él trabajó en una de las fincas de Fidel y algunas veces sí vio llegar a los hermanos en helicóptero: “Aquí en el pueblo hay gente que los admira porque consiguieron plata. Mientras que otros los ven como unos simples asesinos. Yo sí creo que estén todos muertos”.
Se acabó la bonanza
Entre los años 1997 y 2002 Amalfi vivió su peor época. Facciones paramilitares se disputaban la zona por las siembras de coca que abundaban en sus campos. “A las personas les cortaban la cabeza o les tiraban granadas ante los ojos de todo el mundo. Asesinaban a cualquier hora del día o de la noche. Vi cómo sacaban a la gente de sus casas y todos los días teníamos que enterrar a nuestros vecinos”, recuerda el director del canal de televisión local TeleAmalfi.
Desde mediados de los noventas fueron los empresarios buscadores de oro quienes más se apoyaron en los paramilitares para contrarrestar las acciones que la guerrilla del ELN. En 2003 se contaban unas 75 minas de oro entre el sector del cañón del río Porce y las veredas La Vetilla, Salazar, Romazón y Las Ánimas; pero hace unos dos años que la actividad disminuyó debido al endurecimiento de las políticas nacionales frente a la minería.
Las prenderías y compraventas ya no son tan prósperas como antes. Aunque los índices de criminalidad han bajado, las bancas del parque central son fiel testimonio del nivel de desempleo: es difícil encontrar una libre.
“¿De qué vivimos en Amalfi? La verdad, no sé. Creo que de milagro. Antes teníamos los cultivos de café, pero dejamos de cultivar cuando empezó la siembra de coca. Ya no hay coca. Y tampoco minería desde que el gobierno Santos mandó a quemar siete máquinas cerca de aquí en abril de 2013, que porque eran de minería ilegal”, comenta Ruby.
A su hotel lo sostenían los mineros que ocupaban las habitaciones durante toda la semana: “No hay mucho por hacer en el pueblo, pero yo no me iría de aquí por nada en el mundo”.
La paradoja
Los habitantes de Amalfi tienen la contradicción de vivir en un municipio de paramilitares y poetas. De coca y café. De camperos y bicicletas. “Hay personas que temen venir, y cuando uno va a otro municipio, preguntan: ¿usted es del Amalfi de los Castaño? Es nuestra reputación”, se queja María Elena, una joven de 25 años de edad que se ha ganado la vida vendiendo libros montada en una bicicleta.
Yedison, estudiante de derecho, recalca que en Amalfi también nació Piedad Bonnet, Efraín Antonio Galeano y Alberto Ibarbo Sepúlveda, todos escritores. “Además de Camilo García, músico del Dueto Antaño y el político Eduardo Fernández”.
La masacre del 12 de diciembre de 2014 en la vereda El Silencio-Los Monos, removió el recuerdo de los Castaño, pero los habitantes insisten en que se trataba de una venganza contra los familiares de “Don Mario”. “Es un asunto entre ellos mismos”, repiten algunos sentados en las bancas de parque tratando de pasar la página del horror en Amalfi.