Por: David Mayorga
Ya han pasado 12 años desde esa noche. Aunque el dolor fue intenso al principio, Martha Luz Amorocho encontró la manera de moldearlo. De escucharlo, reconocerlo y entenderlo. De aceptar que a pesar del atentado que le quitó la vida a Alejandro, su hijo menor, el país no necesita más venganzas. Que la vida le había dado una nueva oportunidad junto a Juan Carlos, su otro hijo: la bomba le dejó duras secuelas pero está vivo.
“Para mí, la reparación es que la muerte de mi hijo y todo lo que hemos vivido, sirva para algo”, dice con una voz tranquila, pero que se quiebra al relatar cómo su vida se partió en dos el 7 de febrero de 2003, con el carrobomba que las FARC estallaron en el parqueadero del Club El Nogal, en Bogotá.
Después de la tragedia, Martha Luz se aferró a la fe católica y a su hijo sobreviviente que se sobrepuso a 13 días en coma por una lesión cerebral.
“Esto es muy personal, cada cual vive su proceso. Entender eso es otra gracia, otro regalo de Dios. Entender que cada duelo es válido y es personal”, explica.
El suyo se dio durante muchos años y evolucionó hasta un punto en el que logró perdonar a sus victimarios. Sucedió en noviembre del año pasado, en un evento a favor de las víctimas en las instalaciones del club. Allí se encontró cara a cara con un reinsertado de las FARC.
En los momentos previos, el nerviosismo la atacó. Lo único que pudo hacer fue orar. “Cuando dije: ‘Perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden…’, supe para qué estaba allí”. Y allí, en el mismo lugar donde una década atrás explotó la bomba que cambió a su familia, se abrazaron.
“El perdón es un bálsamo para uno mismo, una vía libre para seguir adelante”.
***
A pesar de los 16 años que han transcurrido, María Cecilia Mosquera reconoce que todavía no puede dar ese paso: “eso de perdonar a la gente que le hizo tanto daño a uno es muy difícil. Ellos no pensaron que aquí había seres humanos, no pensaron nada. No estoy apta para perdonar”.
La madrugada del 18 de octubre de 1998, Machuca comenzó a llenarse de un olor a gas, a combustible. Pero nadie pudo saber a qué se debía, porque antes de que saliera el sol, una llama hizo que todo estallara. Los testigos contaron mucho después que vieron bolas de fuego consumiéndolo todo.
La población desapareció por culpa de la guerra. Guerrilleros del Ejército de Liberación Nacional (ELN) habían explotado el oleoducto Central Colombia, que pasaba por debajo Machuca, y la onda explosiva hizo que el crudo y las llamas brotaran del suelo. Murieron 80 personas, otras 30 quedaron heridas de por vida.
En la explosión, María Cecilia perdió a su compañero y a sus tres hijos. Sufrió graves quemaduras en el cuerpo, pero su dolor tiene que ver con el olvido: “¿Qué ha pasado? Que nos tienen abandonados, olvidados. El Gobierno ni siquiera es capaz de decir que va a venir a la población de Machuca, que nos va a ayudar o nos va a dar algo. Nada. Estamos más pobres. Y ahora con el tema de la minería esto está más solo”.
De los victimarios nunca volvieron a saber. Las heridas siguen presentes y parece que nada puede sanarlas, ni siquiera la muerte de alias ‘Julián Artigas’, señalado por la autoridades de ser el autor intelectual de la masacre. Cayó en abril de 2012 en enfrentamientos con el Ejército.
En todo este tiempo, la única ayuda que han recibido las víctimas de Machuca provino de la Fundación Víctimas Visibles y de la cooperación española. Recibieron ayuda humanitaria, acompañamiento psico-social y, ante todo, apoyo emocional.
“Si no hubiera sido por ellos, este caso se habría olvidado y tampoco se sabría que Machuca existe. No habríamos tenido ninguna atención”, asegura.
***
La historia de estas dos mujeres resume la situación de las más de seis millones de víctimas que ha dejado el conflicto armado en Colombia y que se enfrentan a la pregunta: ¿Perdonar o no perdonar?
Tal vez la respuesta está en la intimidad de cada persona. ¿Es suficiente conocer toda la verdad para perdonar? o ¿enfrentarse cara a cara con el victimario? o ¿darle una sepultura digna al ser querido?
“La fase del duelo en la que se encuentra la persona influye en su capacidad de logar el perdón. No es lo mismo perdonar para quien atraviesa un proceso de rabia, como para quien está en la etapa de aceptación”, explica Vicky Pérez, médico psiquiatra.
Desde la pérdida de su hijo, Martha Luz asegura que el esclarecimiento de los hechos fue lo que le permitió iniciar su proceso de perdón. “La verdad no consiste solo en encontrar a un culpable, sino en conocer todo el contexto. Eso nos ayuda a juzgar y a perdonar y, lo más importante, nos garantiza que no pasará lo mismo”, comenta.
En octubre del año pasado Martha Luz integró la tercera delegación de víctimas que viajó a La Habana para hablar con las FARC sobre el cuarto punto de la agenda de diálogos: la reparación a las víctimas. Todos tenían 15 minutos para exponer sus argumentos, y en los suyos expuso la necesidad de que el país cuente con una cátedra en los que los 46 millones de colombianos aprendamos a transitar ese camino que nos permita dejar pasar una ofensa, perdonar a nuestros victimarios.
“En cada persona el proceso del perdón toma un camino y un tiempo diferente. Esto depende de la edad, la personalidad, la regulación de emociones, el funcionamiento social, la capacidad de comunicación, la exposición a la situación traumática y la presencia o no de estrés postraumático, ansiedad o depresión”, dice la médico psiquiatra.
María Cecilia, por ejemplo, ha descartado la opción de perdonar, en parte, porque las causas de la masacre en Machuca, nunca se resolvieron.
“Ahí está la pregunta del millón…Uno les puede dar el perdón, pero que lo pidan de corazón y que no le sigan haciendo más daño a las poblaciones. Que lleguemos a un acuerdo para poderles dar el perdón. Pero es que no, mi amor. Los únicos que han bajado y preguntado qué fue lo que pasó son los de la Fundación”, responde María Cecilia al preguntarle si conocen alguno tipo de investigación judicial por los hechos de hace 16 años.
¿Qué implicaciones tiene para una víctima poder perdonar? ¿Es necesario? ¿Alivia? ¿Sana? “El odio y resentimiento hacen que la persona se quede anclada en el pasado, que le cueste más dar el paso hacia delante para seguir con su vida. La venganza genera más sufrimiento. Por eso, en ese orden de ideas, es para la víctima una buena opción perdonar para resolver su dolor y lograr un adecuado funcionamiento, emocional, físico y mental”, explica Vicky Pérez.