Por: Marcela Madrid Vergara
Fotos: Christina Gómez Echavarría

 

 

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Luzmila Gutiérrez, maestra, compositora y líder chocoana.

 

Luzmila Gutiérrez tenía 7 años cuando escuchó las palabras que le cambiarían la vida.

Corría la década de los 40 en el municipio de Juradó, Chocó. En este lejano poblado del Tapón del Darién, fronterizo con Panamá, no había iglesia, pero cada tanto llegaba un sacerdote a oficiar misa en la vivienda de algún juradoseño.

Esta vez los escogidos eran los Gutiérrez García, por eso Luzmila y su padre esperaban ansiosos en el mostrador de la tienda que tenían en su terraza.

-Don Hernán, ¿cómo está? –saludó el esperado visitante. –¿Y esta niña tan linda quién es?

-Mi hija, padre –respondió orgulloso el comerciante.

-Ahh muy hermosa, qué pelo tan bonito –dijo el sacerdote- lástima que sea negra.

Hernán Gutiérrez -maderero, farmaceuta y tendero- orgulloso de su raza y de su sangre, tomó aire y le recordó al cura una lección: “Padre, me da mucha pena, usted podrá ser muy sacerdote pero el catolicismo dice que todos somos iguales”.

Ese día no hubo misa en Juradó. Ese día Luzmila decidió aferrarse a las palabras de su papá para siempre y hacérselas llegar a todo el que pudiera.

Empezó por su mamá, quien, a cada travesura de la niña, la regañaba dándole la razón al sacerdote: “Estás viendo lo que dijo el cura, que los negros lo que no hacen a la entrada lo hacen a la salida, por eso es que nos tratan como nos tratan”, a lo que ella repetía sin cansancio: “Pero mamá, todos somos iguales”.

 

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Hoy todos la conocen como ‘maestra Luzmila’, pero la hija consentida de don Hernán se define como cantautora, una faceta que descubrió ya entrada en años, casi por casualidad.

Aunque enseñó español en escuelas de Valle del Cauca, Eje Cafetero y Chocó por más de dos décadas, quiere que el mundo la conozca por sus canciones, en las que ha plasmado los episodios más dolorosos de su vida: el despojo, la guerra y el olvido de su país.

 

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Antes de que la vida la obligara a volver a Juradó, recorrió el país como maestra. Aquí en Andalucía, Valle.

 

El magisterio le permitió conocer Colombia, desde lo que ella llama “el progreso de las ciudades”, hasta las historias de hechicería y santería en el Bajo Atrato. Pero la vida la haría regresar a Juradó. En el 71, al enterarse de que su padre había muerto ahogado, Luzmila renunció a todo y volvió a su pueblo, donde empezó a luchar por ese “todos somos iguales” que su padre le inculcó.

Se hizo concejal de su pueblo y fue alcaldesa encargada por un año. Aunque había dejado el magisterio, seguía peleando por los derechos de los profesores: “Me iba municipio por municipio hablando con los alcaldes para que les pagaran sus primas”, cuenta la ‘maestra’. Fue una de las principales promotoras de la Ley 70 o Ley de Comunidades Negras, organizó el primer consejo comunitario de Juradó y viajó con otros líderes por toda la costa pacífica divulgando esta ley.

Juradó avanzaba lentamente y sin mucho apoyo del Estado. De ahí salía la madera más fina de la región, una variedad de moluscos y coco. La tierra, incluso, daba para que la gente hiciera su propio aceite con fruta de mil pesos.

Pero este municipio estaba destinado a convertirse en un imán para los grupos armados, y no precisamente por sus recursos, sino por su ubicación, que la guerrilla aprovechó para sacar cocaína hacia Panamá y traer armas del país vecino. En los 90, tres frentes de las FARC (5, 57 y 58) y el Bloque Élmer Cárdenas de las Auc llegaron a Juradó para destruir, a punta de armas, lo que sus pobladores habían logrado a través de leyes.

 

 

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Este es el Juradó que Luzmila dejó hace más de 15 años, al que añora volver algún día.

 

***

 

El 12 de diciembre de 1999, a eso de las 11 de la noche, Luzmila estaba preparando a sus tres hijos para dormir cuando tocaron su puerta. Era el comandante de la vecina estación de Policía.

-Váyase de su casa porque va a haber problemas hoy. No sabemos si son los paramilitares o la guerrilla los que se están tomando el pueblo.

Para que a la mujer no le quedaran dudas, le explicó que 21 personas habían salido a sus fincas desde la mañana y no habían regresado al casco urbano. Una hora más tarde, cuando Luzmila aún no se decidía a hacerle caso al comandante, volvió a sonar su puerta.

-Pilas que estamos rodeados, váyanse a donde puedan.

Le metió a cada hijo una sábana debajo del brazo y salió con ellos a tocar las puertas vecinas para llevar el mensaje del uniformado. Al final de la cuadra, se refugiaron en una casa que estaba repleta de gente escondida debajo de las camas. Ahí se cubrieron con un colchón para esperar el desenlace del combate entre el frente 57 de las FARC y los policías e infantes de marina.

A las 9 de la mañana, aunque la guerrilla seguía en la zona, Luzmila decidió salir de su improvisado escondite. El panorama era peor de lo que imaginaba: el pueblo saqueado, decenas de uniformados muertos y secuestrados y toda su cuadra destruida, incluyendo su casa.

Para ese entonces, ya Juradó había soportado dos masacres paramilitares y una toma guerrillera, pero sus habitantes nunca lo habían visto así. Y no pretendían quedarse para seguir siendo testigos; tras el ataque, el municipio quedó prácticamente vacío. Casi 400 huyeron a Panamá, otros cientos a Quibdó o a Bahía Solano, y 97 familias, incluyendo a Luzmila y sus tres hijos, se montaron en una lancha rumbo a Buenaventura.

Años después, desde lejos, la maestra le escribiría unos versos a su pueblo:

 

 

 

 

 

Cuando lo escribió, a Luzmila nunca se le atravesó por la mente que ese relato, cargado de nostalgia, le abriría las puertas para dar a conocer su voz por todo el mundo. Una historia que cuenta con orgullo: “Una vez, en 2002, me invitaron del Ministerio de Cultura a que cantara sobre mi desplazamiento. Vivía en Buenaventura pero vine a Bogotá y canté una canción que le escribí a Juradó la noche anterior. Un señor que grababa canciones estaba ahí, me oyó y le gustó”.

El señor era Juan Manuel Echavarría, un artista antioqueño que ha dedicado su obra a la memoria del conflicto. Para la época estaba construyendo el proyecto Bocas de Ceniza, un video en el que siete sobrevivientes de la violencia cantan su dolor.

Al oírla, no dudó en invitarla a hacer parte de esta pieza, que ha impactado a espectadores de Afganistán, Hungría, Finlandia e Israel. Porque la mirada de Luzmila, como las de otros seis cantautores, es capaz de conmover a quien la contemple, sin importar la cultura o el idioma.

Hoy, Luzmila y Juan Manuel comparten una amistad y admiración mutua. “Es una compositora extraordinaria. Una vez le dije: cuénteme lo que usted vio en esa toma guerrillera, y ella me dijo: ‘Yo no le puedo contar, pero sí le puedo cantar’. Eso me impactó mucho porque refleja cómo el arte permite transformar. Es como si la música fuera su oxígeno”, asegura el artista.

 

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Los buenos recuerdos de Juradó siempre le sacan una sonrisa a esta mujer.

Antes de su aparición en Bocas de Ceniza, Luzmila solo había cantado en su casa mientras hacía oficio y en los velorios de Juradó, donde por nueve días los familiares y amigos le cantan ‘alabaos’ al difunto. Pero desde ahí siguió componiendo, y eso para Juan Manuel es como si “la tragedia que vivió la hubiera puesto a sacar tanto dolor de adentro y transformarlo en cantos verdaderos y conmovedores”.

 

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Cuando tuvo ese giro, Luzmila estaba rehaciendo su vida en Buenaventura. Ahí había llegado el 22 de diciembre del 99 y se había acomodado donde un familiar, pero sabía que era de las pocas víctimas que tenía dónde llegar, así que gestionó la atención a los desplazados a través de la Personería, la Cruz Roja y la Alcaldía.

Después de varias semanas, decidió construir su propia casa en el barrio Doña Ceci, del que más tarde fue elegida presidenta de la junta de acción comunal y consiguió que la Alcaldía les construyera una escuela.

Con los años, se convirtió en la representante de la población desplazada en el puerto, hasta que, en 2000, se conformó la Asociación de Afrocolombianos Desplazados (Afrodes) regional Buenaventura.

Pero su liderazgo no tardó en llegar a oídos de los paramilitares, quienes de inmediato pretendieron, a las malas, hacerla su mensajera. Un día llegaron a su casa a exigirle que hiciera un censo del barrio y de paso les dijera a sus vecinos que ellos mandaban ahí. Ella respondió: “Yo no estoy para hacerles inventario a ustedes. Si me van a matar ahorita por no hacerles caso, háganlo”.

Así, en 2012, volvió a dejar lo que había construido y se fue a vivir a Bogotá; esta vez sin sus hijos, que ya tenían sus familias y trabajo en Buenaventura. Hoy hace parte de la junta directiva nacional de Afrodes.

Hace unos años escribió una canción sobre su miedo al retorno, pero hoy Luzmila Gutiérrez García reconoce que las cosas han cambiado en Juradó y que le gustaría volver a la tranquilidad del campo. Aunque perdió la casa, la finca y todo lo que su padre había construido, añora regresar para revivir esas lecciones que don Hernán le daba cada vez que salían a pescar, a vender en la tienda, a atender en la farmacia…o cuando hizo que se cancelara la misa en Juradó.

 

 

 

La maestra que le canta al despojo

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