Por:  Juan Miguel Hernández

Ilustraciones: Paola Osorio

 

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José de Jesús Pérez, alias «Sancocho».

 

 

La dinámica de nuestro conflicto es macabra y extravagante. Hay casas de pique, ejecuciones extrajudiciales, masacres de niños, islas de mafiosos, tráfico de órganos… en fin, una cantidad de fenómenos que hacen de nuestra guerra una compleja serie de nudos difíciles de desenredar. La idea de esta entrega es buscar uno de los ángulos menos abordados por los medios de comunicación a pesar de que es habitual, una situación que a fuerza de la costumbre se ha vuelto pan de cada día. En Colombia, los alias de los delincuentes son delirantes, pero nos parecen tan cotidianos que ya ni siquiera nos preguntamos por su significado o por su origen.

 

Teníamos muchos interrogantes. Queríamos saber, por ejemplo, si los apodos, los pseudónimos o los sobrenombres de los distintos integrantes de grupos al margen de la ley podían explicar de algún modo el conflicto. Decidimos hablar con expertos en distintas disciplinas relacionadas con la identidad en el conflicto, pero ninguno conocía tesis al respecto o argumentos que nos ayudaran a entender el fenómenos de los pseudónimos.

 

Por ejemplo, hablamos con Martín Emilio Gáfaro, profesor de psicología de la Universidad Javeriana, y nos dijo que la relación, que nosotros creíamos intrínseca, entre los alias y el devenir del conflicto, era involuntaria; que podía responder a situaciones espontáneas ajenas al conflicto, y que la pregunta era interesante pero, a primera vista, él no encontraba una conexión tan profunda. No obstante, seguimos investigando y encontramos a Fabián Sanabria, sociólogo, antropólogo y por estos días candidato a la Rectoría de la Universidad Nacional, quien nos dio pistas y nos ayudó a comprender mejor este fenómeno.

 

Nos contó, en primera instancia, que los alias se han usado históricamente como una herramienta para encubrir o suplantar la identidad, pero en Colombia la cosa es mucho más compleja. En nuestra cultura, el apodo juega un papel muy importante porque no somos capaces de reconocernos por el nombre: “En general no reconozco al otro en sí, sino al otro en mí. La película que yo me hago del otro corresponde en gran medida al apodo que le pongo o a la manera como espontáneamente, en un momento dado, llego a identificarlo”, afirma.

 

Según Sanabria, lo que ocurre en la guerra es simplemente una transfiguración del modelo de país. En los grupos subversivos, como en el parche de amigos, o en el club, el alias es más significativo que el nombre propio y guarda un poder simbólico determinante. En ese sentido, en esta guerra tan rara se reconoce al individuo por tres factores en particular: ternura, defecto o exceso de violencia.

 

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Walter Ochoa, alias «Gurre».

 

 

Sin embargo, las dinámicas de la identidad cambian de acuerdo con el grupo al margen de la ley al cual se pertenezca. En la guerrilla la mayoría de los alias tienen un contexto ideológico de enaltecimiento, un nombre y un apellido que puede estar evocando a algún héroe. Casi siempre, los alias que eligen son en homenaje a un referente o a un camarada fallecido. Por ejemplo, alias “Tirofijo” no se llamaba “Manuel Marulanda”, sino Pedro Antonio Marín. “Manuel Marulanda” era un comunista y líder sindical asesinado, al cual Pedro Antonio Marín quiso inmortalizar. Tiempo después, ya en plena guerra, y desde una montaña, Marín asesinó a un policía de un solo tiro y adquirió, por su puntería, el mote de “Tirofijo”.

 

En el caso de los paramilitares la situación no es tan clara. Es evidente el escaso capital lingüístico y cultural de estas organizaciones porque en vez de enaltecer al otro por alguna virtud, se le impone el sobrenombre por sus defectos, por algún tropiezo inolvidable o por una evocación cómica. Este puede ser el caso de “Pecueca”, “Gargajo”, “Churrias” o “Muela Picha”.

 

Sanabria afirma que otro factor diferencial que constituye en gran medida la complejidad de los alias en el conflicto es que en Colombia acudimos con frecuencia a los eufemismos, no llamamos las cosas por su nombre: “Cuando nos referimos a la pesca milagrosa o a los falsos positivos estamos diciendo cosas que no son”.

 

En nuestro conflicto también son comunes los apelativos que reafirman una condición de violencia extrema. Por ejemplo, “Navaja”, “Cuchillo” o “Rasguño” son alias que demuestran que el susodicho probó finura, que es el más verraco del paseo.

 

Finalmente, para el caso del posconflicto, Sanabria dice que uno de los elementos más complejos cuando se firme la paz y cuando los combatientes se reintegren a la vida civil va a ser su regreso al nombre de pila: “Así como dejan las armas, los reinsertados van a tener que renunciar a sus alias. Va a ser un proceso difícil porque encarna la identidad del individuo, sus prácticas cotidianas y sus costumbres. Dejar el alias es una transformación muy profunda”.

 

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Escogimos cinco de los alias más crueles con su respectivo prontuario.

 

Camilo Torres Restrepo, alias Fritanga, es excéntrico. Un narcotraficante puro, uno de esos mayordomos que cree que el país es una de sus parcelas. Saltó a la fama gracias a una fiesta que hizo en la isla Múcura, una de las más bellas del Caribe. La justicia lo creía muerto, pero como dice el adagio popular: No estaba muerto, andaba de parranda. El matrimonio fue monumental, había modelos y conjuntos vallenatos. Cuando la Policía irrumpió en la celebración, los invitados llevaban seis días de rumba con orquestas y fiestas temáticas todas las noches. Alias “Fritanga”, nació hace 39 años en Unguía, Chocó, y cuando aún era un adolescente, ingresó al bloque ‘Centauros’ de las Autodefensas y se convirtió en la mano derecha de Daniel Rendón Herrera, alias ‘Don Mario’. Eludió con pericia la desmovilización y se dedicó con disciplina de labrador al tráfico de drogas. Hoy está en una cárcel de Estados Unidos.

 

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Camilo Torres, alias «Fritanga».

 

Cristopher Chávez Cuéllar, alias “Desalmado”, tiene 42 años y es un reconocido asesino a sueldo. Es considerado uno de los criminales más sanguinarios del sur del país. Está acusado de homicidio, hurto agravado, fabricación y porte ilegal de armas. El 10 de enero de 2004 fue capturado por violar, asesinar y desaparecer a una mujer en el departamento del Huila. Fue condenado a 20 años de prisión, pero recobró la libertad en 2013. Es oriundo del Putumayo y fue uno de los responsables de la masacre de los cuatro hermanos Vanegas Grimaldo el pasado mes en zona rural de Florencia, Caquetá. Su confesión es aterradora y desalmada:

 

“El 3 de febrero a las 8:30 de la noche recibo una llamada de Jáiner, donde me dice que suba a su casa porque me tiene un trabajito. Cuando llego me presenta al muchacho Édison, el cual me manifiesta que una viejita de nombre Luzmila paga 500 mil pesos para que amedrente y desplace a Jairo Vanegas y su familia, pero que debo tener cuidado porque él y su esposa son peligrosos y tienen armas. Al otro día, Jáiner me pasa el revólver Smith &Wesson calibre 32 con 14 tiros para que con ese fierro fuera a cometer el hecho. También me dijo que si no los notaba asustados o no se querían ir, que los matara para que no hubiera excusa de pagarnos” … “Ahí los maté, empezando por el mayor porque él estaba en la orilla, pegándoles yo de a un tiro a cada uno así como estaban acomodados en el suelo. Primero el de 17, luego el de 12, después la de 10 y de último el de cuatro. La niña de 14 años estaba con Chencho en una piecita al lado de la señora discapacitada y yo me fui para allá, pensando que los otros cuatro ya estaban muertos. En ese momento me doy cuenta que el niño de 12 años (Pablo Vanegas) estaba saltando por la ventana, sin poder yo alcanzarlo para cogerlo. Igual no me preocupé porque creí que no le quedaban muchos minutos de vida”.

 

Vea el testimonio completo en http://www.semana.com/nacion/articulo/la-confesion-del-asesino-de-los-ninos-del-caqueta/418646-3

 

Walter Ochoa Guisao, alias “El Gurre”, fue uno de los ideólogos las Autodefensas Campesinas del Magdalena Medio. Bajo sus órdenes se cometieron por lo menos siete masacres en las que murieron más de 50 personas en el departamento del Tolima. Fue escolta y mano derecha de Ramón Isaza, alias “El Viejo”, y en el año 2000 asumió el comando del frente Omar Isaza de las Autodefensas. El 16 de Junio de 2001 inició la masacre de La Parroquia, una pequeña vereda del Tolima en la que murieron 10 personas y alrededor de 100 fueron desplazadas. Según el informe de Verdad Abierta, alias “El Gurre” también coordinó el asesinato de presuntos ladrones, trabajadoras sexuales y miembros de la población LGTBI.

 

 

Gustavo Manuel Tordecilla, alias “Churrias”, perteneció durante varios años a la banda criminal Los Urabeños. En 2012 fue capturado en el municipio de San Bernardo del Viento por la Policía de Córdoba y acusado del homicidio, en Montería, de una persona de 27 años de edad.

 

El diario El Universal registra su captura y asegura que a alias “Churrias”, de 37 años de edad, se le encontró en su poder una pistola calibre 9 milímetros y un revólver calibre 38 largo, armas con las que al parecer habría cometido el asesinato .

 

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Gustavo Manuel Tordecilla, alias «Churrias».

 

Jose de Jesús Pérez, alias “Sancocho”, fue el primer jefe de las Autodefensas Unidas de Colombia en quedar en libertad. Era el comandante del frente Farallones en el departamento del Cauca y estuvo bajo las órdenes de Éver Veloza García, alias “H.H.” “Sancocho” se benefició de la Ley de Justicia y Paz (975 del 2005) y, a pesar de tener trece condenas y estar acusado de 231 crímenes, quedó en libertad luego de pagar 8 ocho años de cárcel.

 

Además, participó junto con 200 paramilitares del bloque Calima en la masacre de El Naya, en la cual murieron 24 indígenas y campesinos, y fueron desplazadas casi 4.000 personas. En medio de una de las versiones libres en la unidad de Justicia y Paz de Medellín aceptó que el y sus hombres asesinaron personas discapacitadas e inocentes sin ninguna relación con el conflicto, solamente por generar terror.

 

 

Alias de la guerra

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