Por: Juan Miguel Hernández
Ilustraciones: Jason Rincardo Fonseca

 

En Colombia también la poesía se ha erigido como una respuesta contundente a la violencia. Surge desde las entrañas del sufrimiento como una forma de resistencia. Es, al tiempo, rabia incontenible y esperanza. Es intuición y memoria. Así lo han sentido los poetas que escribieron los versos que reseñamos a continuación.

En esta entrega hacemos un recorrido por cinco de los poemas colombianos más dolorosos de la historia reciente de nuestro país. Buscamos en las palabras de nuestros autores imágenes crudas que descubren la crueldad de la guerra y encontramos, por fin en estos versos, una alternativa.

Gustavo Adolfo Garcés, poeta antioqueño, ganador del Premio Nacional de Poesía en 1992 y coordinador de talleres de la Casa de Poesía Silva, nos ayudó a entender mejor esta relación, complicada y congénita, entre la poesía, la violencia, el desplazamiento forzado y los derechos humanos.

Gustavo dice, influenciado por la obra del filosofo estadounidense Richard Rorty, que la buena literatura tiene una función: «Los grandes poemas amplían nuestra capacidad de imaginación moral. Nos estimulan para ahondar en la condición humana, para entender el sentido de las tragedias, el dolor de las víctimas».

Propone también que el valor de la estética y el sentido de lo bello presente en los poemas, conmueve y produce asombro: «Nombrar el dolor mediante un lenguaje delicado, con ritmo, permite una aproximación distinta al acontecimiento».

Garcés explica que los poemas escogidos cuentan de manera sutil la historia de la violencia de nuestro país y el dolor de las víctimas: «Se da un tratamiento estético, hermoso. Se alude a estos temas mediante una exploración con el lenguaje. El poeta se acerca a la muerte y al dolor desde la belleza, con hondura, con inquietud, con capacidad de sugerencia y de asombro».

Léanlos. Este es un recorrido caprichoso y bello por las palabras. Uno que ahora que hablamos de paz, vale la pena hacer.

 

5. José Manuel Arango. Nació en Carmen de Viboral, Antioquia, en 1937. Fue profesor de Filosofía durante 30 años y Premio Nacional de Poesía en 1988. Además, fue cofundador y coeditor de las revistasAcuarimántimayPoesía, de Medellín, e Imago,de Copacabana. También tradujo a Emily Dickinson y a Walt Whitman y uno de sus libros más hermosos es Este lugar de la noche. Para está entrega escogimos, entre todos sus poemas, uno salvaje, feroz.

 

 

Los que tienen por oficio lavar las calles

Los que tienen por oficio lavar las calles
(madrugan, Dios les ayuda)
encuentran en las piedras, un día y otro,
regueros de sangre.

Y la lavan también: es su oficio
Aprisa
no sea que los primeros transeúntes la pisoteen.

 

4. Eduardo Cote Lamus. Nació en Cúcuta en 1928. Diplomado en Filología Hispánica en la Universidad de Salamanca, fue codirector de la Revista Mito y gobernador de Santander. Murió a los 36 años. Dicen los críticos que de no ser por su muerte prematura, habría erigido la obra poética más sólida en Colombia. El poema que elegimos registra la violencia bipartidista de los años cincuenta. Es, sin duda, una breve oda indomable y brutal.

 

 

Como si todos los Rivera, Nicanor…

Como si todos los Rivera, Nicanor, Eustaquio, los
Granados
don Ignacio juntos se mataran sin porqué;
como si todos los niños no nacidos
y esparcidos en la imaginación de las muchachas
comenzaran a llorar; como si los árboles
de pronto se volvieran horcas.

 

3. Piedad Bonnett. Nació en Almafi, Antioquia, en 1951. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de los Andes y tiene una maestría en Teoría del Arte, la Arquitectura y el Diseño en la Universidad Nacional. En 1994 ganó el Premio Nacional de Poesía de Colcultura por su libro El hilo de los días. Además de ocho poemarios, ha escrito cuatro novelas y cinco obras de teatro. Para esta etapa seleccionamos un poema conmovedor, una iluminación dialéctica, una epifanía …

 

 

Cuestión de estadísticas

Fueron veintidós, dice la crónica.

Diecisiete varones, tres mujeres,
dos niños de miradas aleladas,
sesenta y tres disparos, cuatro credos,
tres maldiciones hondas, apagadas,
cuarenta y cuatro pies con sus zapatos,
cuarenta y cuatro manos desarmadas,
un solo miedo, un odio que crepita,
y un millar de silencios extendiendo
sus vendas sobre el alma mutilada.

 

2. Horacio Benavides. Nació en Bolívar, Cauca, en 1949. Cursó estudios de Pintura en el Instituto Departamental de Bellas Artes de Cali y, en este momento, dirige el taller de literatura con niños Viento Sur. Además, coedita la revista de poesía Deriva. Ganó el Concurso Nacional de Poesía del Instituto Distrital de Cultura y Turismo con su libro Sin razón de florecer. Este poema consignado en su último libro, Conversaciones a oscuras, retrata el dolor la guerra: el desmembramiento, las mutilaciones. Es un lamento visceral.

 

 

Vuélveme la cabeza…

Vuélveme la cabeza
no dormirás tranquilo
mientras no me la devuelvas.

Vuélveme también los brazos
entrégame las piernas
o no podrás borrar la sangre de tus manos.

Vuélveme las tripas
o tendrás eternamente náuseas.

No importa a donde vayas
mi sangre te seguirá sin pausa.

 

1. Fernando Charry Lara. Nació en Bogotá en 1920. Doctor en Derecho y Ciencia Política de la Universidad Nacional y miembro del consejo de redacción de las revistasMito, Eco y Golpe de Dados. Además, fue miembro honorario del Instituto Caro y Cuervo y ganó el Premio Nacional de Poesía en el año 2000. Para el final de este top les mostramos una lírica brutal, estridente y magnífica, que denuncia la muerte.

 

 

Llanura de Tuluá

Al borde del camino, los dos cuerpos
uno junto al otro,
desde lejos parecen amarse.

Un hombre y una muchacha,
delgadas formas cálidas
tendidas en la hierba devorándose.

Estrechamente enlazando sus cinturas
aquellos brazos jóvenes,
se piensa: soñarán entregadas sus dos bocas,
sus silencios, sus manos, sus miradas.

Mas no hay beso, sino el viento,
sino el aire seco del verano sin movimiento.

Uno junto del otro están caídos, muertos,
al borde del camino, los dos cuerpos.

Debieron ser esbeltas sus dos sombras
de languidez adorándose en la tarde.

Y debieron ser terribles sus dos rostros
frente a las amenazas y los relámpagos.

Son cuerpos que son piedra, que son nada,
son cuerpos de mentira, mutilados,
de su suerte ignorantes, de su muerte,
y ahora, ya de cerca contemplados,
ocasión de voraces negras aves.

Top ¡Pacifista!: poesía y violencia en Colombia

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