Jesús fue un falso positivo


Doña Aidé nunca dejó de buscar a su hijo Pedro Jesus Vega. Imágen de archivo.

Por: Staff ¡Pacifista!

… la memoria
te trae a lo que nunca fuiste.
La muerte no comercia.
Tu saliva está fría y pesas
menos que mi deseo.

Juan Gelman dedica este poema a su hijo Marcelo, desaparecido.

Tres días antes de la desaparición de su hijo, Aidé lo vio por última vez. Después de un par de semanas de angustia, Pedro Jesús aparecería para despedirse de nuevo, en silencio, con el ceño fruncido y una sonrisa de marfil desgastada frente a su madre. Esa tarde del 6 de febrero de 2007, Pedro se asomó al filo de la colina que separaba la olla más peligrosa de Tunja del Terminal de Transporte.

Desde la cima, Pedro le pidió a su madre algo de comer. El hambre lo agobiaba. Aidé lo encontró corroído, con el rostro demacrado. Confundida, le compró en una de las carpas del Terminal una bandeja de rellena con papa y gaseosa. Cuando lo tuvo cerca por última vez y le entregó el plato, lo sintió ajeno. Como si el bazuco le hubiera robado la vida, tenía los deditos quemados y los ojos extraños. A sus 31 años parecía un viejo que escondía en algún lugar del recuerdo la esperanza. Tenía dos matrimonios y seis hijos que lo aferraban con violencia a la vida. Una madre y cuatro hermanos que lo esperaban todos los días para la cena.

Sin embargo, después de esa tarde fúnebre, Pedro no volvió a salir de la olla hasta la noche de su muerte. Sus hijas mayores, unas gemelas rubias de ojos verdes, se quedaron esperándolo con la jardinera de la escuela. Aidé, su madre, lo buscó desesperada durante seis meses. Sola recorrió un calvario, emprendió un viacrucis por las cárceles y los hospitales del departamento. Pedro Jesús no aparecía por ninguna parte. Desesperada buscó en la calle algún rastro de su hijo. Una versión afirmaba que Pedro estaba en Bucaramanga con dos tiros en las piernas que le impedían caminar. Otra sostenía que había comprado una caseta en la capital y se dedicaba a vender artesanías. No obstante, lo que le dijo un policía del terminal de Tunja la enloqueció: «Señora, su hijo pasó a mejor vida».

Aidé no desfalleció. Después de dos semanas de suplicio denunció la desaparición de su hijo ante el CTI (Cuerpo Técnico de Investigación de la Fiscalía General de la Nación). Cada cierto tiempo, durante los seis meses más largos de su vida, la madre de Pedro Jesús Vega iba a las oficinas del CTI para encontrar alguna noticia. Pero siempre recibía la misma respuesta: «Mi señora, cuéntenos qué ha sabido de su hijo». En el CTI nunca nadie supo nada.

Con el paso del tiempo se acentuaba el desconsuelo. Sin embargo, más o menos a los tres meses de la pérdida de Pedro, Aidé por fin encontró una pista. Uno de los amigos más cercanos de su hijo también había desaparecido. La familia de Carlos Eduardo Numpaque no tenía noticias de su hijo desde febrero. Carlos alternaba sus horas de turno como celador en el Terminal de Tunja con el vicio. Como dice Aidé con tristeza: «La droga los unía». Pedro y Carlos pasaban las noches heladas fumando bazuco. Su efecto dura únicamente cinco minutos, pero su secuela tóxica puede durar hasta 36 horas. Antes de su muerte y mientras estuvo internado en su casa, Pedro le prometió a Aidé que por sus hijos iba a dejar la droga. El tiempo no le alcanzó.

Eduardo Numpaque, el papá de Carlos, se reunió por fin con Aidé y juntos retomaron la búsqueda de sus hijos. La incertidumbre devino en ansiedad cuando en una cárcel de Sogamoso descubrieron que desde hacía un par de meses había un preso llamado Fernando Carvajal. Otro de los hijos de Aidé se llamaba así. La madre de Pedro pensó: «Ay Dios mío, ese mono quién sabe qué fechoría hizo y se cambió el nombre por el del hermano». En ese instante la ansiedad se volvió esperanza. Aidé sonreía con la posibilidad de que su hijo estuviera preso. Sin embargo, cuando Eduardo Numpaque llegó a la prisión para comprobar la identidad del preso se dio cuenta de que el recluso no era Pedro. No obstante, el viaje no había sido en vano. El papá de Carlos Eduardo llegó, empujado por los testimonios de gente cercana, al Batallón Tarqui de Sogamoso del Ejército Nacional y encontró los dos cuerpos. La fiscalía le había dicho que desde hace tiempo había dos cadáveres Sin Nombre. Confundido llamó a Aidé y entre sollozos le contó el hallazgo. La madre viajó de inmediato a Sogamoso.

A la una de la mañana del 9 de febrero de 2007, Carlos Numpaque y Pedro Jesús Vega fueron subidos a la fuerza en una camioneta blanca que los llevaría a toda velocidad a la muerte. Días antes los soldados del Gaula del Batallón Tarqui llegaron a la olla y se camuflaron entre malandrines y malhechores para ganarse el reconocimiento de sus víctimas. Según el informe del CINEP, los oficiales, vestidos de civiles, conversaron con Pedro y poco a poco, con regalos mal intencionados, rompieron la barrera de la desconfianza. Los militares armados de un par de bandejas de pollo asado e insignificantes dosis de droga, lograron tejer lazos de amistad con sus mártires. Después de un tiempo le ofrecieron a Pedro un negocio. La idea era asaltar un camioncito cargado de dinero que supuestamente saldría desde Sogamoso.

La noche convenida, Pedro y Carlos, amigos y ahora cómplices, se presentaron en el sitio acordado. Un carro rojo de placas BCE 580 llegó al lugar alrededor de las 11 de la noche, pero sus ocupantes no dejaron que las futuras víctimas se subieran. Les dijeron que en unos minutos volverían a recogerlos. Cuando la camioneta blanca regresó, los muchachos se resistieron. Los militares los golpearon. La necropsia y María, testigo presencial que declaró tiempo después ante la Fiscalía, demostraron que a Pedro le dieron un cachazo en la frente que si no lo dejó inconsciente, por lo menos sí aturdido; a Carlos lo subieron entre varios a la parte de atrás de la camioneta.

Según la partida de defunción, el informe del Ejército y el periódico Boyacá Siete díasdel 13 de febrero de 2007, el 10 de febrero del mismo año a las cuatro de la mañana fueron dados de baja en combate dos guerrilleros del frente 38 de las FARC en el municipio de Pajarito, Boyacá, en un operativo antiextorsión del Gaula. Supuestamente el combate se llevó a cabo en el kilómetro 59 vía Pajarito, a la altura de la Peña de la Virgen, después de que los guerrilleros acosaran durante tres días a la población civil y generaran pánico en la comunidad. Lo que nunca supieron ni el periódico, ni la gente que lo leía fue que en el kilómetro 59 no había ni casas, ni gente, mucho menos que el presunto combate no existió y que los jóvenes que el Gaula asesinó a quemarropa, con disparos en las extremidades y en la espalda, no eran guerrilleros. Eran Carlos y Pedro.

Los militares disfrazaron los cuerpos de sus víctimas con cautela. Sin dejar escapar ningún detalle, los armaron con un par de granadas y viejas Miniuzis. Procuraron no dejar cabos sueltos. Los vistieron con botas de caucho y pasamontañas desteñidos. Era la puntada final. Desde ese día, Pedro Jesús Vega y Carlos Numpaque engrosaron las ya largas filas de los mal llamados falsos positivos.

 

Uno de los artículos de prensa que reseñaba el asesinato de Jesús. Imágen de Archivo.

 

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La Directiva No. 029 de 2005 del Ministerio de Defensa tuvo carácter de «secreto» en el Gobierno Nacional hasta que se destapó el escándalo de las ejecuciones extrajudiciales. Su contenido establece «criterios para el pago de recompensas por la captura o abatimiento en combate de cabecillas de las organizaciones armadas al margen de la ley, material de guerra, intendencia o comunicaciones e información sobre actividades relacionadas con el narcotráfico y pago de información que sirva de fundamento para la continuación de labores de inteligencia y el posterior planeamiento de operaciones».

En el gobierno de Álvaro Uribe Vélez se agudizó, debido a su política de estímulos e incentivos, la desaparición forzada de muchos jóvenes. Los premios y reconocimientos promovidos por el Estado y la presión del gobierno por mostrar los avances de la Seguridad Democrática y el sometimiento a la guerrilla, como afirma Patricia Linares Prieto en el primer capítulo del libro Construcción de Memoria, Estado y Medios,sirvieron en muchos casos para alentar a oficiales de alto rango a incurrir en conductas delictivas. La espiral de corrupción en torno a las ejecuciones extrajudiciales se extendió por todo el país.

Los oficiales sindicados de participar en la muerte de Pedro Jesús Vega y Carlos Numpaque están libres y no aparecen, ni responden. Según Aidé, algunos están en el Sinaí condecorados por su buena conducta y otros andan tranquilos por ahí como si nunca nada hubiera pasado. Con la voz entrecortada y la mirada perdida, Aidé recuerda que cuando niño su hijo era muy juicioso «era súper inteligente, no hacía tareas y sacaba las mejores notas. La rectora del colegio decía que podía ser hasta científico«.

Aidé cuenta que fue muy triste reconocer los restos podridos de su hijo después de seis meses. Cuando lo encontraron estaba enterrado en una bóveda como NN y ella no fue capaz de verlo. Su hija entró a las neveras dañadas que contenían el cuerpo verde de Pedro y descubrió su sonrisa desgastada por la ausencia de un diente. Con la muerte mirándola de reojo comprobó que era su hermano. Ninguna autoridad se hizo presente en el momento de la exhumación del cadáver. En un acto profundo de amor, Aidé le pidió al encargado del reconocimiento del cuerpo de su hijo que recogiera el pelito amarillo del mono. Ahora guarda el mechón brillante como un tesoro.

Carequeso, como lo llamaban sus amigos por su rostro pálido, sus pecas y su cabello dorado, no era un hijo ejemplar ni un padre virtuoso. Su hija, una niña de ojos claros que tenía 11 años cuando murió su padre, ahora tiene 17, está perdida en la droga por alguna calle de Tunja y tuvo un bebé que vive bajo la custodia de una de sus tías. La historia del abandono y de la soledad se repite de generación en generación.

Aidé y su familia están luchando contra la corriente. La madre de Pedro Jesús Vega no olvida en ningún momento que militares del Gaula del ejército, adscritos al batallón Tarqui de Sogamoso, mataron a su hijo. Entre lágrimas reconoce que el Mono le hace mucha falta, que siente su ausencia. Con la mirada triste se acuerda de los mejores momentos de su hijo y advierte que Pedro, cuando estaba lúcido, era muy consciente, hablaba muy bonito.

 

Foto Camila Fernández.

 

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Es 18 de septiembre del 2014 y Aidé está en el lanzamiento del Instituto de Victimología Fray Bartolomé de la Casas, de la Universidad Santo Tomás de Tunja. En un evento simbólico, están los nombres de los desaparecidos escritos en piedras.

Aidé busca, entre mil ladrillos calcinados, el nombre de su hijo. Con angustia recorre un laberinto sepulcral y Pedro no aparece. El resto de las madres se detienen frente al recuerdo ausente de sus muertos, dejan caer una lágrima y sonríen. Ahí están sus hijos, inmóviles y en silencio. Desesperada Aidé, escarba entre las tumbas imaginarias, pero Pedro no está. Sus ojos infinitos se deshielan. De nuevo, como todos los días, desde hace siete años, siente que la muerte de su hijo aún está impune.

 

Jesús fue un falso positivo

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