Fabio y su «Labio de liebre»

Por: Natalia Otero Herrera
Fotos: Gabriela Carrasquilla

 

Humor, horror. Venganza, perdón. Víctimas, victimario. Arrepentimiento, reconocimiento. Paraíso, infierno. Calor, frío. Humor, horror.

 

Son las relaciones binarias que confabulan en la obra Labio de liebre, del actor y director colombiano, Fabio Rubiano.

 

El Teatro Colón —dorado, elegante, acogedor, recién restaurado— ,está lleno. El público se ríe. El público no sabe si reír está bien. Ante sus ojos, y en un escenario bellísimo, se desarrolla una obra que dramatiza una realidad cruel (tan cruel y tan cercana), que por sus quiebres surreales transporta a la audiencia a un viaje emocional, siempre recordándole que está en teatro y, que a pesar de la tragedia, va a disfrutar. Y eso magnifica el impacto porque todos están dispuestos a recibirlo.

 

Así sucede con las obras de él, es algo como un sello Rubiano: la mezcla entre una realidad dura con la teatralidad. “Siempre trabajo con lenguajes de comunicación que tengan referencias de la realidad pero que no hablen de ella de forma directa y obvia, porque prefiero simularla, crear una realidad paralela. Y me gusta que se vean las ruedas de la escenografía, las luces, los actores entrando y saliendo, que las pausas sean evidentes para hacer foco en algo, que se note la falsedad”, explica Fabio, uno de esos contracorriente que creció rodeado de libros, que nunca encajó en carreras de títulos serios (y plata) como derecho, ingeniería y medicina, y que encontró lo suyo en el teatro.

 

Fabio Rubiano, es un desbordado de la imaginación, y por eso en sus obras, como en El vientre de la ballena o Sara dice, la gente se está riendo mientras su corazón se arruga de angustia por lo que está viendo. Pero Labio de liebre es la obra más realista que Fabio ha hecho.

 

 

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Salvo Castello (interpretado por Fabio), un hombre que ha cometido todo tipo de asesinatos, está en arresto domiciliario en Territorio Blanco, un lugar donde solo cae nieve. Dentro de su condena, aparecen los Sosa, una familia de campesinos masacrados por él, que vienen del país más feliz del mundo, de ese paraíso en el que suceden las cosas más atroces. Y llegan estos personajes, unas víctimas que no se muestran indignas, sino persistentes, decididas a buscar su reconocimiento, y tan exigentes que su insistencia por la justicia llega a rayar en la venganza.

 

Entonces, a través de este reclamo empieza a reflejarse en estos personajes la violencia en todas sus dimensiones, y de repente el público siente que le están hablando al oído, que le están dramatizando su país (Colombia): violaciones sexuales, violencia emocional, secuestros, masacres, extorsiones, corrupción, emboscadas…

 

Y en ese momento, lo que la audiencia está acostumbrada a ver todo los días en noticieros, lo que escucha, lo que ha vivido durante más de cinco generaciones, se convierte en una divina comedia, y ríe. Y no sabe si reír está bien.

 

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“Me parece que es muy peligroso decir que mis obras pretenden enviar un mensaje o tener alguna forma de consciencia. Mi principal objetivo es que tengan un impacto estético, porque el teatro está hecho para el placer, no para recibir clase o regaños. Que en medio de ese disfrute las personas salgan con preguntas, o que la obra les llegue al corazón y puedan respirar de otra manera, eso ya es otra cosa, y eso también mueve. Eso es lo que ha sucedido con Labio de liebre”, dice Fabio.

 

Lo que pasa con esta obra es que, así como le piden los campesinos a Salvo Castello, el público logra ponerse en los zapatos del otro y ve lo que muchas veces se niega a entender: el dolor de la madre cuando, ante la presión del asesino, tiene que escoger a cuál de sus hijos matan primero; la sensación de injusticia del decapitado y el leporino (dos de los Sosa), de haber sido asesinados por estar hablando con los del otro bando; el trauma de la niña violada por su padre que sigue buscando ser amada apunta de sexo; la ambición de la periodista que toda su vida se vendió y luego fue traicionada, y la convicción de un asesino que asegura que para proteger a su patria de los enemigos terroristas, es necesario matar a quien sea.

 

Pero sobre todo, en Labio de liebre, está latente la importancia de las víctimas por ser reconocidas, por ser nombradas, por saber dónde está su cuerpo. La absoluta necesidad de dejar de ponerles simplemente un número  y reconocerlas por quiénes fueron como personas.

 

¿A qué te suena, Colombia? ¿Una historia ya vivida aquí?

 

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“No me gustan las alegorías, y no sé si esta obra sea Colombia como tal, pero no puedo hacerme el loco y decir que estoy hablando de un problema palestino. Labio de liebre no está basada solo en una persona, sino en todo un conjunto con un arco dramático amplio, en el que, inclusive, el antagonista puede ser la víctima y en vez de perdón puede tratarse de venganza”, explica Fabio.

 

El teatro, en medio del disfrute y el placer, como dice Fabio, también puede arrugar el corazón y cambiar la manera de respirar. Al menos, en Labio de liebre, las personas tienen la disposición para prestar atención a lo que muchas veces dan la espalda.

 

*Labio de liebre es la obra ¡PACIFISTA! recomendada de este mes. Se presenta en el Teatro Colón, hasta el 22 de marzo, de miércoles a sábado a las 7:30 p.m., y los domingos a las 3:30 p.m.

 

Sigue a Natalia en Twitter como @Natalia9177

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